INCUBADORA DE PÚBLICOS IV. EL INTÉRPRETE – Vol I

Tras abordar el papel del docente, o del músico-docente en la INCUBACIÓN DE PÚBLICOS, (si no sabéis de qué hablo, podéis cliquear aquí y aquí), vamos a observar de cerca cuál es el papel del músico a secas. Sí, el intérprete, aquel máquina que sale extasiado del conservatorio a un mundo complejo, incierto, y como ya venimos avisando desde hace años, irreal.

Muchos, muchísimos años entrenando habilidades y destrezas para ser INTÉRPRETE. Así, con mayúsculas. Y claro, ya sabemos todos que bastante hemos estudiado y a bastante hemos renunciado a lo largo de nuestra vida como para que no nos toque vivir entre algodones. Bien cuidados, bien tratados y bien pagados. Estamos en nuestro derecho de reclamarlo. Razón no nos falta. Lo que nos falta es tomar consciencia de lo que realmente somos como intérpretes. Somos INCUBADORES DE PÚBLICOS.

– ¡Venga ya, Juana! Ahora todo quisqui es incubador. Tenemos complejo de gallinas ponedoras, ¿o qué?

No. No nos equivoquemos. Solo incubamos aquellos que, desde el respeto por la cultura y la buena divulgación, queremos que nuestra pasión por la clásica siga viva y poder, por ende, vivir de ella. Incubamos aquellos que distinguimos y conjugamos lo que se vende con lo que se debe conocer y es desconocido. Los que no perjudicamos la calidad cultural en pro de un producto que nos llene la saca de billetes. ¡Ojo! No confundamos. La cultura cálida y cuidada tiene su precio.

Pero para poder incubar y vivir de nuestra profesión, debemos, además, pararnos a conocer bien el entorno en el que nos movemos.

Tras este inciso, os seguiréis preguntando ¿pero qué más puede hacer un músico, aparte de echarle horas al instrumento para que todo salga perfecto? Emprender.

¡Cuidado! Tomo la palabra escrita y sapiencia, a una colega a la que admiro, Esther Viñuela. Ella nos aclara que no debemos entender emprender como sinónimo de montar una empresa, sino como sinónimo de ejercitar una nueva forma de pensar, que nos permita ser más empleables, ser capaces de asumir desafíos y desarrollar tareas de manera diferente. (Leed su artículo sobre ello. Ella sabe muy bien de qué habla)

¿CÓMO PUEDE INCUBAR UN INTÉRPRETE?

Rompiendo con lo establecido. Dejando los corsés con los que aprendimos música en el baúl. Viviendo y compartiendo lo que nos gusta sin complejos, pero con respeto. Entrenemos el pensamiento emprendedor:

LO QUE ME HAN ENSEÑADO VS CON LO QUE ME DICEN QUE TENGO QUE HACER

Lo primero, no descarguemos la responsabilidad en terceras personas y acostumbrémonos a hablar en primera del singular. Somos participes de este proceso, ya no somos meros ejecutantes.

  • Lo que he aprendido:
  1. Conocimiento, asimilación, aplicación, dominio y perfeccionamiento de las capacidades artísticas, musicales y técnicas que permiten abordar la interpretación del repertorio del instrumento a un nivel superior.
  2. Desarrollo de técnicas y de hábitos de estudio, comprensión detallada de la anatomía funcional aplicada al instrumento y a la interpretación, así como de la capacidad autocrítica necesaria para alcanzar la madurez interpretativa. Utilización de técnicas y de metodologías de investigación aplicables a la vida profesional.
  3. Conocimiento de las obras más representativas de la literatura del instrumento.
  4. Expresión, a partir de las técnicas y de los recursos asimilados, de sus propios conceptos artísticos; desarrollo de un pensamiento estructural rico y complejo, conducente a crear su propio estilo como intérprete.
  5. Preparación y control de la actuación en público; dominio de las capacidades mnemotécnicas, de las presenciales y de las comunicativas sobre el escenario.
  6. Preparación y control de la actuación en pruebas específicas.

Lee. Esto es lo que hemos aprendido tras 14 años de carrera. Si es que realmente lo hemos aprendido y asimilado. Hagamos cada uno nuestra valoración personal.

Podríamos añadir algunos puntos como:

  1. Preocupación por la perfección en exceso, siendo esta sinónimo de una técnica impecable.
  2. Preocupación por ser juzgados y poca estabilidad emocional ante el rechazo o la negativa.
  3. Competición con los compañeros de tu entorno. Lo que tu consigas dependerán de lo que ellos fallen.
  • Lo que tengo que hacer:
  1. Carteles bonitos de mi concierto.
  2. Autobombo sin fin y sin criterio en las redes sociales.
  3. Desmerecer y luego copiar el trabajo de mis colegas.
  4. Tocar gratis en según qué sitios, porque así conseguiré meter cabeza y mi carrera despegará. (ja)
  5. Que mis programas sean complejos, tocando lo que a mí me gusta y como a mí me gusta.
  6. Buscar lugares en los que la acústica sea impecable. Los coliseos de la clásica. Todo lo demás, es desmerecer nuestro arte.

Perdonad, quizá esté exagerando. O no. No tenemos más que escuchar y observar a nuestro alrededor para ver que este discurso es reiterado en nuestro gremio. Afortunadamente, esto cambia y lleva haciéndolo desde hace tiempo. Tenemos a grandes ejemplos de los que aprender y de los que os hablaré en Incubación de Públicos V. El intérprete Incubador Vol.2

[Aclaración. Esto no es un sentimiento personal. Es una reflexión experiencial en base a lo vivido y observado en mi vida profesional como intérprete y gestora cultural]

EL ANTIEJEMPLO DEL QUE APRENDER

Antes de hablar de proyectos y compañeros que hacen un trabajo diferente y arriesgado con la música clásica, quiero hablaros del antiejemplo. Si, ese señor inglés que tanto apreciamos muchos de nosotros. James Rhodes.

¿Por qué este personaje despertó mi curiosidad?

Allá por 2015, una compañera del Máster de Gestión Cultural a la que yo admiro, me hablaba insistentemente de un libro, INSTRUMENTAL. Ella es una gran amante del arte y de la cultura contemporánea, de la música indie y que, además, siempre ha sentido curiosidad por otros estilos musicales y disciplinas artísticas. Cierto es que, en los grandes almacenes literarios, el libro estaba situado en puntos gancho estratégicos y tras tanto verlo y oírlo, me decidí a comprarlo. Quería saber quién era ese pianista del que tanto me hablaban y que tanto furor causaba en el ambiente cooltureta de la gran ciudad.

Me propuse descubrirlo sin prejuicios. Por ello no le busqué por internet antes de empezar la primera página del libro. Tampoco lo busqué durante. Lo hice cuando terminé el relato.

Además de su trágica historia de abuso sexual cuando era niño (y que gracias a relatos como este, se visibiliza) me causó curiosidad como una persona tan atormentada, tan autodidacta y con todo en su contra, consiguiera, en toda esa vorágine traumática:

  • Una cartera de contactos qué más quisiéramos más de uno.
  • Convertirse en el pianista de los jóvenes públicos. (Recuerdo el revuelo por su actuación en Veranos de la Villa. Entradas agotadas y con un auditorio lleno de gente jovencísima, lo que la clásica anhela.)

Cierto es que entre sus páginas hay críticas atinadas a nuestra industria. Críticas que nosotros planteamos reactivamente en muchas ocasiones. Quizás, este era uno de sus puntos fuertes, la autocrítica y la mejora proactiva. Aun así, yo seguía buscando más razones.

Deduje que el lenguaje cercano, a veces, incluso hasta chabacano, que abusa en exceso de coloquialismos y palabras malsonantes, consigue acercarse a la gente. El paradigma mediaset, como yo lo  llamo y del que procuro que mis alumnos huyan. Además, acompañar su relato con propuestas de audiciones de grandes obras por grandes intérpretes, fue un acierto. La gente conoció al padre, a Bach.

A ese público tan joven, tan diverso y al que tanto nos gustaría ver en nuestros auditorios (hablo en 2020 refiriéndome a 2015, para ver cuánto hemos avanzado), le encantó su cercanía a la hora de tocar. Que fuese en vaqueros y sudadera, dejando el frack apolillado en el armario, también. Conocieron a Bach, Chopin y les encantaba que el intérprete les hablara en los conciertos. (Algo que muchos jóvenes y grandes intérpretes ya venían haciendo en algunos ciclos y festivales)

Para mi sorpresa, después de tanta pedagogía y publicidad, me percaté de que esos jóvenes oyentes no se quedaron con el nombre de Gould, Kissin, Sokolov o muchos de los que nuestro antiejemplo hablaba en sus páginas. Ni si quiera se pararon a escucharlos más allá de la playlist del libro. ¿Quería Rodhes desmitificar la clásica o posicionarse como un gran interprete aprovechando los puntos débiles de nuestro sector? O como dicen algunos críticos de los que él mismo despotrica, ¿quería convertirse en el trauma más rentable de la música?

Quizás, nuestro admirado amigo inglés – que ha conseguido colarse en un acto del Gobierno y hasta en el navideño anuncio de Campofrío,- pueda ser un caso de estudio para mejorar como incubadores de público desde el escenario. ¿No creéis? ¿Podemos rescatar a los oyentes perdidos rehaciendo el camino de Rhodes de manera diferente?

Para no extenderme más en esta entrega, os dejo reflexionando. Mientras, yo prepararé los ejemplos de intérpretes-incubadores de los que todos debemos aprender.

 

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